Fernando se dirigía con buen
ritmo hacia la posada del pueblo, tenía ganas de disfrutar de su plato
favorito, quería probar, una vez más, ese salmón que tanto le gustaba. Mientras
caminaba una serie de interrogantes se encontraban en su cabeza: ¿Por qué a él?
¿Qué debe hacer? ¿Por qué la muerte le ha avisado? Y así una larga lista de
preguntas sin respuesta que era incapaz de comprender.
Continuó su camino hasta llegar a
la puerta de la posada, cuando estuvo allí se asomó por la ventana, la posada estaba
especialmente decorada con unos adornos que caían desde el techo, Ana, la posadera
desde hacía años, mostraba un rostro de cansancio, no daba abasto con tanto
trabajo. Fernando se dispuso a entrar, recibiendo la mirada de las veinte o
treinta personas que se encontraban en el interior, Ana lo dirigió a una mesa
individual. No hizo falta que le preguntase que quería tomar, estaba claro que
el salmón con eneldo era el plato elegido.
Ana se retiró a la concina,
mientras tanto Fernando que esperaba decidió escribir una pequeña nota a la
quien le había atendido en la posada desde hacía años, la nota decía así:
“ Querida Ana: gracias por tu servicio durante estos años,
ahora debo marchar, no sé a dónde voy, si volveré o no, y qué me espera, pero
pensé que sería correcto despedirme de ti aunque fuese a través de una humilde
nota.”
Ana apareció de nuevo en el
comedor, cargada con una bandeja, en ella estaban la ración de salmón y una
copa de los mejores vinos. La dejó sobre la masa y Fernando comenzó a saborear,
por última vez, su plato favorito, lo hizo sintiendo todos los sabores que le
transmitía, observando cada minúsculo detalle, y valorando más que nunca ese
plato. Cuando terminó dejó unas cuantas monedas de oro sobre la mesa,
acompañadas de una pequeña propina para Ana, se marchó, habiendo cumplido con
uno de sus deseos, concluyendo así con la segunda hora antes de morir.