Más de un millón de personas
confiaron su voto en las pasadas elecciones europeas a Podemos, el partido de
Pablo Iglesias, quien fue la gran sorpresa de los comicios al lograr cinco escaños
en el Parlamento Europeo. No dudo de que existieran votantes que lo escogerían
por ideología, carisma o por sus propias convicciones personales, pero la
verdad me niego a creer que fueran la mayoría de los que le otorgaron el voto.
Casi unanimidad de los demás
grupos parlamentarios describieron el partido como populista, hipócrita,
demagogo, y una serie de términos, con razones contundentes pero que se
escondían bajo un velo de inseguridad y miedo. Todos estarán de acuerdo, en que
Rajoy, Rubalcaba, Rosa Díez o Cayo Lara sentirán una gran envidia de Iglesias,
quien no cabe lugar a dudas de que les podría dar más de una clase de oratoria,
ahora bien, en política el cómo es muy importante ¿pero qué ocurre con el qué?
Los pilares sobre los que se construye el programa de Podemos son utópicos,
pero que no conforman una utopía esperanzadora, sino más bien una quimera
caótica a la que nos conducirían los planteamientos irresponsables e
incoherentes.
No voy a ir analizando punto por
punto el programa de Pablo Iglesias, ya que cada uno de ellos puede convertirse
en un tedioso debate, pero ¿acaso imaginan una España con un salario máximo, o
realmente desean un IVA al 35%?
Algunos contestarán que sí, ofuscados
en el mensaje totalitario y oportunista del que se opone a la “casta”, defender
una república, unos ideales de izquierda, y unas políticas más abiertas
respecto a la inmigración, son ideas comprensibles y lógicas, aunque no se esté
de acuerdo con ellas, pero de ahí al prácticamente socialismo utópico que
defienden hay una gran diferencia.
Ser demócrata significa aceptar
la voluntad popular independientemente de la individual, pero desde luego, también
significa estar comprometido con el derecho al voto, y dudo de cuántos se lo
otorgarían con sólo conocerle de las tertulias que frecuenta, pero a mí usted
no me engaña.
Le he visto recriminar a
Marhuenda, o a Alfonso Rojo cuántas matrículas de honor consiguieron durante su
licenciatura, yo únicamente le recuerdo una frase de Baltasar Gracián: “Presumir
de saber es el primer paso hacia la ignorancia”, las notas son números, y
pueden ser un argumento pero desde luego no son una garantía en absoluto.
Tampoco lo es que antes de cada tertulia empleé horas en documentarse para
realizar la defensa de sus ideales, lo cual elogio, pero repito no me garantiza
nada. También le he visto en debates con incluso políticos de izquierda a los
que ha recriminado que no conocían que era una revolución, pero Pablo dónde va
usted a explicarle a Javier Nart qué es la desobediencia civil. Y así miles y
miles de intervenciones subidas de tono y recriminables, como la falta de
respeto que protagonizó solicitando la aplicación de la ley de extranjería a la
Reina Sofía. También me pregunto qué clase de comunismo defiende usted, cuando
su salario ronda los cuarenta euros la hora, me gustaría saber qué pensarían
Engels o Trotsky sobre eso.
Usted defiende la independencia
del País Vasco y Cataluña, lo que conlleva obviar la Constitución que votaron
todos los españoles, su discurso poco a poco va recordando más al “todo para el
pueblo pero sin el pueblo”, podría seguir, pero la verdad creo que es malgastar
el tiempo, confío en la democracia como sistema y por ello espero que este país
nunca le permita sentarse en el Congreso de los Diputados, y si algún día lo
hace, allí estarán los que toquen para enfrentarse a sus ideas y en los cuales
confío, ya lo dijo Voltaire: “No comparto lo que dices pero defenderé hasta la
muerte tu derecho a decirlo”; eso sí le pido coherencia, integridad y
responsabilidad, parece que se le ha olvidado que es político y lo que ello
conlleva, luchar contra el bipartidismo está bien pero no a cualquier precio y
repito de nuevo, usted a mí ni me engaña ni me va a engañar.