En una tierra lejana, en uno de
esos pequeños condados que ni siquiera aparecen en los mejores mapas, vivía
Fernando, un honrado campesino que
atravesaba una mala época, vivía como podía, y no tenía unos grandes ingresos,
pero a pesar de ello, era feliz. Cierto
día estaba tan agotado de trabajar las tierras del campo que cuando llegó a su
humilde hogar no tardó en dormirse, pero quizá desearía no haberse ido nunca a
dormir, tuvo un sueño espantoso, en él se le apareció la muerte, advirtiéndole
que únicamente le quedaban veinticuatro horas de vida y que después, todo terminaría. El campesino despertó sobresaltado,
no sabía si era realidad o si era una simple pesadilla, pero cuando leyó la
carta que estaba sobre su escritorio, no tuvo dudas. Estaba escrita en cursiva con
una impecable caligrafía, y venía a comunicarle
que su sueño era tan real como el papel que portaba en su mano.
El campesino, que vivía solo y
era conocido como un ermitaño, se asustó mucho, no sabía que pensar, y tras un
escaso momento de reflexión decidió que, ya que iba a morir, debería aprovechar
esas horas , ya fuera cumpliendo objetivos, metas, o simplemente disfrutando de
lo que parecía que iba a terminar.
1ª Hora:
Durante esta hora, pensó en
realizar demasiadas cosas, por lo que, tras ordenar sus prioridades, en lo cual
perdió casi la mitad de ésta, decidió ir a visitar al que consideraba su único
amigo, el cual no vivía excesivamente lejos de su morada. Anduvo durante no
mucho tiempo, y cuando llegó, sin comunicarle absolutamente nada de lo
acontecido en su sueño, se echó a sus brazos, y le explicó que quería pasar un
rato con él, decidieron ir de pesca, aprovechando que su casa se encontraba
cerca de un sitio ideal para practicarla, pero al poco rato y cuando sólo
habían conseguido algunas piezas, Fernando le comunicó a su amigo que debía
marchar, concluyendo así su primera hora antes de morir. Había gastado una de
sus horas, pero había compartido con su amigo una afición que siempre les había
unido y además colocó en su abrigo una carta de despedida, la cual confiaba en
que no leyera hasta que hubiera fallecido. La carta venía a decir lo siguiente:
“ Estimado amigo:
Supongo que mereces una
explicación de lo acontecido, si he fallecido, porque el destino así lo quiso,
pero, por suerte, conté con el privilegio de poder disfrutar mis últimas horas y , por ello, una de éstas decidí gastarla contigo, durante estos años, he
disfrutado mucho de tu compañía y me siento muy afortunado de haberte conocido,
te deseo que mi ausencia no te cause trastorno alguno y que disfrutes al
máximo.
Un abrazo Fernando”