Twitter: @JaviVillegas97

lunes, 8 de septiembre de 2014

Las personas y el tiempo.

Ya saben que la inspiración no es mi fuerte, y que muchas veces tengo que recurrir a acontecimientos del día a día para exprimirlos y sacar un artículo, mejor o peor, de donde en verdad no lo hay. Estas líneas no son excepción, y hoy me atrevo a hablar sobre el paso del tiempo, que se dice pronto.

Podría escribir sobre la tecnología, sobre la literatura, sobre las redes sociales… Pero son temas tan amplios y tratados que quizá no sean los más adecuados, prefiero dedicar este artículo a algo más simple, a cómo pueden cambiar las cosas más cotidianas en función del tiempo, no se crean que me voy a remontar mucho atrás, tan sólo un año, trescientos sesenta y cinco días, que parecen mucho pero que en realidad, no son nada. Ya he dicho que este artículo no nace de mí, sino que gracias a una conversación de esas casuales e intrascendentales, surge mi idea, así que gracias a dicha persona y allá voy.

Hace un año las cosas eran muy distintas para todos, no me voy a un extremo dramático como puede ser la pérdida de un ser querido, o al extremo opuesto, hablo de para quienes este año no despunta de la más llana normalidad, y alguno pensará que si es normal no habrán cambiado tantas cosas, la única respuesta que puedo dar ante eso, es que se pare a pensar qué ha variado y verá que se encuentra en un error. Yo mismo he hecho ese ejercicio, y sí efectivamente he encontrado cosas que con el tiempo cambian, pero en verdad, me he dado cuenta de que son las personas las que más cambian, o al menos, de alguna forma, las relaciones que tenemos con ellas.

Nosotros queramos o no, consciente o inconscientemente estamos en continuo cambio, cuando nos equivocamos, cuando descubrimos algo, cada vez que aprendemos cosas nuevas, de alguna u otra manera hay facetas nuestras que no son iguales; no hay un solo día que nos despertemos y vayamos a dormir siendo exactamente la misma persona, el problema viene cuando lo que cambia no son meros detalles de nuestra personalidad, sino cuando nuestra esencia se tambalea y nos atrevemos a construir otra. Es entonces cuando no sólo somos nosotros los que estamos cambiando, sino que a la vez somos injustos con quienes tenían lazos de cualquier tipo con nosotros y cometemos el error de cambiarlos hasta poder romperlos. Hay muchas explicaciones, que no razones, para que alguien tenga el valor de cambiar su esencia, los más comunes: el miedo, la búsqueda de aceptación, el orgullo, el egoísmo… Pero en gran medida si alguien quiere cambiar de esa forma será porque no está contento con lo que tiene, o al menos no lo valora, por lo que allá él con su vida y su futuro, la contrariedad (por llamarlo de alguna forma) recae en aquellos que no han cambiado y ven como poco a poco esa persona se escapa, esclava de sus cambios.

Cuando nos toca ver como alguien cambia  tanto que se va de nuestro lado, a veces podemos plantearnos si es nuestro el error, pero aunque la autocrítica es enormemente positiva, no encuentro una forma mejor de expresar mi opinión que recurriendo a Oscar Wilde, y su frase: “Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho”.  Por ello, cuando alguien cambie y decida cambiar también quien le acompaña, sólo podemos aceptarlo, y esperar, que al fin y al cabo el tiempo, es nuestro amigo más fiel. Eso sí, algunos lazos si se rompen, jamás volverán a formarse con la misma resistencia, no hay peor sentimiento que la decepción, ni peor error que renunciar a quien cambiaría por nosotros.

4 comentarios:

  1. La esencia (arkhé) siempre queda y aunque las cosas cambien, hay historias que salvan porque donde hubo fuego quedan las cenizas y quien tuvo retuvo (y podría seguir tirando de refranero). Sigo esperando, el momento llegará. Un abrazo, amigo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo sigo esperando que te animes a escribir algo para el blog. Te echo de menos.

      Eliminar