El acto terrorista que atacó ayer
la sede de Charlie Hebdo no es únicamente un ataque a la libertad de
expresión, sino más bien un ataque a la cultura Occidental, a nuestro sistema democrático y a los propios
Derechos Humanos. Las citadas viñetas pueden ser consideradas más acertadas o
menos, pueden calificarse de ofensivas para un creyente musulmán, e incluso
pueden ser reprobables jurídicamente.
Ahora bien, el ataque terrorista es tan incoherente e injustificado como
lo fue en su día el atentado de las
torres gemelas del 11-S, o como también lo fue tres años después en aquellos trenes madrileños que quedaron
reducidos a un amasijo de hierros, propiciando que la capital presentara un paisaje
bélico del que no existía antecedente en Europa desde la Segunda Guerra
Mundial. Actos violentos, pero sobre todo carentes de sentido con el objetivo
de cerciorar la cultura occidental, la de que aún con muchos errores y defectos
es la que ha logrado construir el mejor sistema de valores, y las instituciones
que dotan de mayor libertad a sus ciudadanos. Libertad que ayer les fue
arrebatada, acompañada de nuevo, de la muerte de inocentes.
Un atentado terrorista que nos muestra una vez más las consecuencias de un fanatismo religioso exacerbado, que requiere de la codena pública y privada de todos aquellos que estén a favor de la vida, de la libertad de expresión y también de nosotros mismos, como miembros de la sociedad occidental, que una vez más se vio golpeada y zarandeada. Por ello, que hoy el Estado Islámico emita un comunicado calificando de héroes a quienes tomaron la fatal decisión de entrar por la fuerza en la sede parisina, no hace sino evidenciar uno más de los muchos síntomas de enfermedad que muestra hoy día el mundo musulmán radical.
Una vez Alberto Ruiz Gallardón hacía alusión precisamente a un escritor francés, Léon Bloy, diez años después de aquel atentado que vivió desde la alcaldía madrileña que no puede ilustrar mejor el sentimiento de la sociedad francesa, española o norteamericana: “El sufrir pasa, el haber sufrido no pasa jamás”; ya saben, ni perdono ni olvido y hoy Je suis Charlie.
Un atentado terrorista que nos muestra una vez más las consecuencias de un fanatismo religioso exacerbado, que requiere de la codena pública y privada de todos aquellos que estén a favor de la vida, de la libertad de expresión y también de nosotros mismos, como miembros de la sociedad occidental, que una vez más se vio golpeada y zarandeada. Por ello, que hoy el Estado Islámico emita un comunicado calificando de héroes a quienes tomaron la fatal decisión de entrar por la fuerza en la sede parisina, no hace sino evidenciar uno más de los muchos síntomas de enfermedad que muestra hoy día el mundo musulmán radical.
Una vez Alberto Ruiz Gallardón hacía alusión precisamente a un escritor francés, Léon Bloy, diez años después de aquel atentado que vivió desde la alcaldía madrileña que no puede ilustrar mejor el sentimiento de la sociedad francesa, española o norteamericana: “El sufrir pasa, el haber sufrido no pasa jamás”; ya saben, ni perdono ni olvido y hoy Je suis Charlie.
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