Estaban en mitad de una visita guiada en las catacumbas de
Roma, los teléfonos móviles no estaban permitidos durante el recorrido, pero aún
así, Ana lo llevaba en su mano, y
constantemente escribía mensajes que le enviaba a Martín. Llevaba dos días en
Roma, al día siguiente volvía de nuevo a su ciudad natal, y durante esos días,
había conseguido la aceptación de su madre de que estuviera con Martín, pero no
la de su padre, se negaba a admitir que su hija se viese con un joven de los arrabales,
que seguramente gastaría su horas libres en meterse en líos y no estaría
centrado en sus estudios. La verdad es que la idea del padre aunque muy
extremista no se alejaba de la realidad, Martín no estudiaba mucho y hacía caso
omiso a los consejos de sus padres y profesores, le importaba mucho más el
lograr ser feliz , llevando una vida sin preocupaciones, en cambio, Ana desde
los cuatro años estudiaba en un colegio privado bilingüe de gran prestigio,
practicaba danza, y había viajado muchas veces al extranjero, por lo que su “mundo”
se alejaba bastante del que tenía Martín, Ana jamás había presenciado una
pelea, mientras que para Martín ver a dos amigos suyos enfrentándose era algo
rutinario.
La visita por las catacumbas terminó, aliviando la claustrofobia
que comenzaban a sentir los turistas, el
rostro de Ana no parecía muy relajado, había recibido un mensaje de Martín
donde le comunicaba que cuando se vieran tenían que hablar seriamente.
La cabeza de Ana comenzó a llenarse de malos pensamientos,
de malas ideas, no sabía a qué podía referirse, estaba asustada, nerviosa…
Martín tampoco pasaba por su mejor día, iba a confesarle a Ana que tenía novia
desde hacía un año, y que estaba totalmente confuso, no sabía por quién
decantarse, Ana era la chica de sus sueños, pero no le aportaba confianza,
tenía miedo de que algún día se cansara de él, por otro lado, Laura siempre
había estado ahí, le había tratado mejor que ninguna otra, aunque si era cierto
que jamás había conseguido llenarle del todo, ni había sentido por ella lo mismo que ahora era capaz de sentir por
Ana, se sentía muy culpable, de la noche a la mañana se había convertido en el típico chico que
odiaba.
Ana recogió su equipaje de la moderna habitación del hotel,
revisó que no olvidaba ninguna de sus pertenencias, cogió el regalo de Martín,
era una pulsera de plata con un dibujo de la ciudad y una inscripción su
nombre, esperaba que ese pequeño detalle agradara a Martín. Llegaron al
aeropuerto, facturaron sus maletas y unos minutos después embarcaron, el viaje
no era muy largo, aunque algunas turbulencias lo hicieron más complicado.
Cuando llegaron, el chófer del padre les recogió y los llevó hasta su hogar, se
acomodaron y descansaron del viaje.
Había quedado en dos horas con Martín, se arregló, se maquilló
pero no en exceso y salió a su encuentro , cuando se vieron, Ana le entregó el
regalo, Martín ni siquiera lo desenvolvió, su rostro no transmitía buenas
sensaciones..